domingo, 11 de enero de 2009

BAJO EL SIGNO DE RENENET ( 19 )

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BAJO EL SIGNO DE RENENET


( 19 )


Nieblas


El coche descendía despacio por la carretera que bordea la montaña; abismo verde bajo el Sol naciente que extendía Sus rayos sobre una tersa pista de brumas, inacabada y hueca, lechosa dentro, brillante encima, caja algodonada de árboles espectrales y laderas de yerba.

Desde el acantilado sobre la vega, sorprendentemente, el suelo cóncavo se había inundado de un denso océano de brumas de olas inmóviles, lejano hasta el horizonte, restallando resplandores bajo el Sol del alba.

Bajo el límpido cielo negro constelado de estrellas el coche entró de súbito en la ciudad envuelta en niebla, cúpula humosa atornillada por luces grandes mortecinas, calles y casas sin aristas, enormes árboles semifundidos con la noche.

Lejanas y perfiladas la Esfinge y las Tres Pirámides bajo la luna creciente; en el bar el aire caliginoso e impenetrable de turbios humos de cigarrillos y respiraciones; más allá la imagen soleada como un banco comercial moderno en construcci6n del Templo “T” de Sákkarah.

Un sueño donde un bosque de árboles tersos y oscuros venían del abismo a perderse en el cielo, enrejando la luz dorada de la puesta del Sol en el aire puro e inmóvil; y aquí en la inmediata penumbra de los edredones las altas copas mostraban oblícuas su líquido seco y ardiente restallando en los bordes un punto de luz.

Sesostris I subía solitario las gradas de Su templo—altar, en Sus manos el cuenco de ofrendas de la tarde, altas cortinas -de milenios envuelven Su figura bajo el viento del sur, y audaz, el obelisco en la plaza redonda de la columnata yergue su mensaje de Eternidad en el exilio.

Próximas a la rojiza chimenea del salón las sombras de los cortinajes oscilan levemente, un tronco enramado arde, oscuro y ágil de llamas vivas, árbol que ya no conocerá más primaveras, ígneo éxodo de sus espíritus al calor de la alfombra, y los pasos apagados que antes resonaron siguen su camino más allá del viento y al otro lado de los recuerdos donde el Alba cruza la noche en un sedán negro de matrícula común.

Aún está vivo el recuerdo de Amenemhát, innúmeros siglos después de que Su palacio se fundiera con el desierto, aún sigue conociendo primaveras el aire que Él respiró y las palabras que manaron de Su boca, todavía la Luna en creciente barre nieblas sobre el viento sur y Su nombre es pronunciado en sedanes negros que bajan despacio montañas al alba, todavía hay esperanzas para Él en otros mil años.

Acaso nunca tuvo la niebla mejores ojos contemplándola, ni la ciudad otro momento mágico en toda su historia, que en ese paso brusco y cortado del coche que atraviesa la densa cúpula. Afuera el Universo se quedó distinto, Dueño y Señor de la Otra Noche, la de la onírica exactitud de los justos elementos, de los mínimos personajes totalizantes. La carretera que había sido recta autopista de tiralíneas, se hizo boscosa, montañosa, oscilante, y en ciertos casos con los postes indicadores al revés. No era un sueño, pero los ocupantes del vehículo apartaron su racionalidad para verlo mejor.
En cualqujer momento podría suceder lo fantástico, había placer en la espera sin ansiedad, sin impaciencia, reláx... incluso un posible accidente intuído y no expreso levantaba una leve sonrisa, un tenue orgasmo de sutiles nervios,
el calor convictivo de hallarse rozando la muerte sin caer.

Las voces ondeaban inconexas con a veces fuertes sacudidas de banderolas —...más al norte, entre el Orontes y el Éufrates...—, caían, se difuminaban, se abrían en un Paraíso instantáneo de intenso verdor —claramente establecido en la inscripción del visir Rekmire y el Proceso de Mes—, como si nunca hubieran sido abandonadas las antiguas preces... –Estas muestras tras de extraordinaria piedad, que afortunadamente constituyen una excepción en la historia de Egipto...—, ni tampoco los antiguos suaves escepticismos. Tenían la impresión de estar marchando por un camino equivocado pero seductor
—No hemos de perder de vista que TEBAS se ha convertido en el centro teológico del país, igual que lo fue Heliópolis en el Imperio Antiguo—, y daba exactamente lo mismo ir a un lugar que a otro; lo que les importaba era estar juntos, sentirse próximos y uncidos a un mismo Destino. Más allá de las ventanillas algunas brumas se enredaban en las copas de los
árboles y contra el parabrisa a veces chocaban blancas masas relampagueantes, bajo el Sol como un rato antes bajo la noche o quizás aún, en las vueltas declinantes de la carretera encajonadas entre barrancos, —La Fidelidad al Sistema...—, vagas penumbras entre cegadoras nitideces, —No Aceptaré jamás una vuelta atrás : -, refrenadas por golpes de viento salidos
del airecillo matinal; -No al Egipto inmovilista del tiempo muerto— ; arriba en la luz los pájaros se doraban fugazmente
-después de dos milenios- como áureas puntas de obeliscos invisibles cubiertos sus costados de pétreos y vivientes signos; —dos milenios en que la Vida ha seguido su marcha en todas partes, incluso en el Egipto Mental—.

Paulatinamente el fuego fue extinguiéndose en la chimenea y el salón se extinguió en la sombra.

Sesostris terminó Su ofrenda

El blanco océano de la vega se esfumó

El coche se detuvo. La Ciudad recobró su nitidez.


Amenemhát —“Amón está en marcha”— hubo de sostener sordas luchas contra el feudalismo acéfalo e igualitario. Pero triunfó. Su hijo Sesostris completó el programa de reformas religiosas necesarias para mantener al país indisolublemente unido a la realeza. A cada estamento se le dió su Dios : RA a las clases cultas para que especularan filosóficamente
cuanto quisieran. OSIRIS, Dios de la Muerte y Dios democrático —para el que todos los hombres son iguales-, al Pueblo
-Faraón y clases cultas incluidos— perpetuamente sensible a los Mitos Agrarios. Y AMÓN —Dios político por excelencia, tan Misterioso como RA cuya Alma comparte, tan excelso como OSIRIS del que es la Sombra, tan Sabio como PTAH del que es la Palabra—, al Estado.

No en la Noche de los tiempos sino en la claridad meridiana de la Permanencia, las brumas matinales llenarán las vegas de vez en cuando y los altos valles entre montañas; y en las chimeneas invernales arderán troncos antes de emprenderse largos viajes; y habránse de pasar ciudades envueltas en niebla y otros fenómenos. Y en la piel pondrá su divino hormigueo al filo del riesgo, la Aventura.

Amenemhát confió Su alma a OSIRIS, Dios y Señor de la Primavera, en el generosamente exacto compromiso del Protocolo —Enunciado de PTAH, Garantizado de RA, Bienquisto de AMÓN, y Sellado-. Sesostris, filialmente y con carácter propio, cumplimentó los demás requisitos.

Siempre quedará la duda embellecedora y mágica, carismática, posibilitante de realidad; —Un mundo sin nieblas estaría acabado, seco, muerto y sin Destino—; y a través de la duda el Viaje Inexorable, rozando los límites de la contingencia por placer del puro Azar, de voluntades más tenaces que la vida y que la muerte.

Sesostris depositó el cuenco de ofrendas sobre el ara.

—--—Salve, Padre Mío : continúa Tu viaje por la órbita del Tiempo.
¡...Llámame...!

Sus ojos contemplaron entre las columnas el gigantesco disco rojo del Sol poniente, aureolado de inmensas ráfagas, sumergiéndose serenamente en las brumas del atardecer.



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KIR Fénix

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